El Director y sus alumnos entraron en el ascensor más
próximo, que los condujo a la quinta planta.
Guardería de adultos. Sala de control de
Condicionamiento Hipnopédico anunciaba el rótulo de la entrada.
El director abrió una puerta. Entraron en una vasta
estancia casi vacía, sin ninguna ventana ni grandes luminarias pero
aún así muy brillante, porque toda la pared orientada hacia el Sur
estaba repleta de monitores de parte a parte. Media docena de
técnicos, con pantalones y camiseta raída de uniforme, los cabellos
desaseados y las descuidadas barbas manchadas de café y de restos de
bollos, se hallaban atareados disponiendo en cada monitor las
imágenes que debían controlar.
Unos cincuenta metros los llevaron ante otra puerta,
ésta vez sin rótulo.
– Silencio, silencio – susurró un altavoz, y los
estudiantes y hasta el propio director sin darse cuenta empezaron
respirar mas quedamente y a andar sobre las puntas de los pies. Sí,
ellos eran periodistas en prácticas, desde luego; pero también los
periodistas han sido condicionados. Silencio, silencio. El aire todo
de la enorme sala vibraba con aquel imperativo categórico.
Antes de que el director abriera la puerta
cautelosamente les advirtió: –Éste es un experimento secreto. Hasta
ahora hemos educado a las personas a distancia, y aunque los
instrumentos de control que han visto hasta ahora nos han permitido
un alto grado de eficacia, la creación continua de nuevas maneras de
comunicarse hace que lamentablemente no seamos capaces de
optimizarlo. En cuanto empezamos a controlar una de estas nuevas
maneras de socialización y comunicación, va un hacker, por ejemplo de
Granollers, y se inventa otra nueva.
Cruzando el umbral, penetraron en la penumbra de un
dormitorio cerrado. Ochenta camastros se alineaban junto a la pared
infinita. Se oía una respiración regular y ligera, y un murmullo
continuo, como de voces muy débiles que susurraran a lo lejos.
En cuanto entraron, una enfermera se levantó y se
cuadró ante el director.
– ¿Cuál es la lección de esta noche? –preguntó éste.
– Estamos acabando Deporte Elemental –contestó
la enfermera– Pero de aquí a muy poco pasaremos a Conciencia de
Clase Avanzada.
El director paseó lentamente a lo largo de la larga
hilera de literas. Sonrosados y relajados por el sueño, ochenta
hombres y mujeres que creían participar en un estudio sobre el
insomnio y las portadas de La Gaceta en el tardozapaterismo yacían,
respirando suavemente. Debajo de cada almohada se oía un susurro. El
Director se detuvo, e inclinándose sobre una de las camas, escuchó
atentamente.
Levantó la cabeza y vio que en el extremo de la sala
un altavoz sobresalía de la pared. El director se acercó al mismo y
pulsó un interruptor.
– ...gastarse miles de euros en puros y champagne
francés. ¡Oh, que hombre tan malo! ¡Ni siquiera era cava del país! Me alegro que ya no sea presidente.
La voz aprovechó para respirar y dijo: –El nuevo
presidente, en cambio, no gasta nada; al contrario, gana mucho dinero
revendiendo partidos, avionetas y entradas. ¡Este es un hombre de
hoy! Aprovecha las influencias para hacer negocios con sus amigos y
además es muy familiar: los domingos come canalones en casa de su
madre. ¡Cómo me gustaría ser su amigo! ¡Ojalá pudiera ser
presidente toda la vida!
– Mientras cambian el archivo por el de Conciencia
de Clase Avanzada –dijo el director– les explicaré. Éstas
técnicas en realidad no son nuevas, sabemos que desde hace decenios
se vienen empleando con éxito en Corea del Norte. Lamentablemente en
estos tiempos de maricomplejines, criptocomunistas y falsos remilgos
políticamente correctos, ha sido imposible hasta ahora adoptar estas
técnicas de persuasión. Pero silencio, que empieza la lectura:
– … todos son unos valientes –dijo una voz
suave pero muy clara, empezando en mitad de una frase– y unos
grandes españoles. Este año solo han ganado algo más de 9.000
millones de Euros. ¡Cómo se sacrifica la banca por nosotros! Los
líderes sindicales, en cambio, son todos unos aristócratas con Rolex que no
hacen más que defender a una casta de privilegiados. ¡No, yo no
quiero ser amigo de un sindicalista! ¿Como puede haber gente que les
defienda si quieren impedir que los pobres parados puedan trabajar?
Además los parados no trabajarán gratis, accederán a puestos de trabajo de 400 € por ocho horitas de colaboración. Aunque no coticen a la seguridad social son
empleos que están muy bien. ¡Ojala mi hijo pueda encontrar uno!
Se produjo una pausa; después la voz continuó: –
Los grandes empresarios en cambio son muy agradables. Trabajan mucho más
duramente que nosotros, porque son terriblemente inteligentes.
Trabajan tanto, que es normal que no lleguen a la empresa hasta las
doce: pobres, tienen que distraerse un poco con el golf antes de
ponerse a trabajar como locos. De verdad, me alegro muchísimo de ser
normal, porque no trabajo tanto. Y me alegro muchísimo de no ser
sindicalista rojo, que es un color asqueroso. Y es que nosotros somos
mucho mejores que los sindicalistas y los funcionarios. Los
funcionarios son horribles. No se les puede despedir aunque estén
dieciséis semanas de maternidad después del parto. ¡Esto sí que es
cara dura! Por si fuera poco los servicios donde trabajan ocupan
nichos de negocio que podrían ocupar los empresarios con un gran
beneficio personal. Si los pobres no pagan, los ricos no se
enriquecen, todo el mundo lo sabe. ¡Con lo valientes que son los
ricos! Por ejemplo, los directivos de banca son todos unos valientes
y unos grandes españoles ...
El director volvió a cerrar el interruptor. La voz
enmudeció. Sólo su desvaído fantasma siguió susurrando desde
debajo de las ochenta almohadas.
– Todavía se lo repetirán cuarenta o cincuenta
veces antes de que despierten, y lo mismo en la sesión del jueves, y
otra vez el sábado. Ciento veinte veces, tres veces por semana,
durante dos meses. Después de lo cual pueden pasar a una lección
más adelantada. La mayor fuerza socializadora y moralizadora de
todos los tiempos.
Los estudiantes lo anotaron en sus pequeños blocs.
Directamente de labios de la ciencia personificada.
El director volvió a accionar el interruptor.
–...terriblemente inteligentes –estaba diciendo
la voz suave, insinuante e incansable.
– Hasta que, al fin, la mente del adulto se
transforma en esas sugestiones a lo largo de toda su vida. La mente
que juzga, que desea, que decide... formada por estas sugestiones. ¡Y
estas sugestiones son nuestras sugestiones! –casi gritó el
director, exaltado. Descargó un puñetazo encima de una mesa. –De ahí se sigue que...
Un rumor lo indujo a volverse.
– ¡Oh, por el amor de Murdoch! –exclamó, en
otro tono.– He despertado a los sujetos.